• 05 AGO 14

    En lo sucesivo a un relato de Roland Liebscher acerca de un paciente tratado con LnB por sus dolores en una sala con 400 oyentes que escuchaban una conferencia. La mayor parte de los presentes eran enfermos de fibromialgia. se presentaba un nuevo medicamento para la fibromialgia:

    Descubrí un folleto en el que se definía la fibromialgia, y no pude creer a mis propios ojos. Leí que esa enfermedad existe cuando seis zonas diferentes del cuerpo son sensibles a la presión.  En aquella época, tenía claro que esta enfermedad se trata de un error, porque sabía por experiencia que estas zonas corporales reaccionan con dolor a la presión. No podía esperar más a dar mi conferencia porque estaba seguro de saber cómo se pueden reducir dichos dolores.

    Justo después de empezar, anuncié con alegría y lleno de ingenuidad que yo sabía cómo se puede curar la fibromialgia, que realmente no existe, o al menos no en la supuesta forma incurable. Nunca olvidaré lo que pasó después de haber hecho esas afirmaciones. Al fondo a la derecha se levantó una mujer y me gritó de forma totalmente escandalizada. ¿Qué es lo que un petimetre como yo se imaginaba?, ¿cómo podía contar esa gran tontería y cómo era capaz de ser tan impertinente desairando al catedrático que estaba todavía presente? Otros se sumaron al griterío de protesta.

    Entonces, me acerqué aturdido al lado de donde estaban los expositores e intenté captar lo que acababa de pasar. De repente, me habló una mujer y me preguntó si podría ayudarla. Le pregunté lo que tenía y me explicó que sufría desde hacía cuatro años dolores en la pantorrilla y que desde hacía dos semanas por fin un médico había descubierto que sufría fibromialgia. Pero que mi corta conferencia le había parecido muy interesante y que, aparte de sus dolores de pantorrilla, no se sentía nada enferma y le gustaría saber si yo podría ayudarla.

    Reflexioné brevemente y vi mi posibilidad de poder demostrar a los oyentes que mis afirmaciones eran razonadas, y la traté. Me tomé tiempo y envié al cielo profundas jaculatorias. Después de 15 minutos, le pedí que se levantara y que comprobara si había algún cambio en su dolor. Ella dio algunos pasos, me miró muy perpleja y atónita. Dijo que el dolor permanente que había tenido durante cuatro años había desaparecido totalmente. Yo le pregunté si sería capaz de decir eso al público asistente, ella estuvo de acuerdo y gustosamente lo hizo. Después de haber contado de manera breve su historial médico y anunciar el resultado de mi tratamiento para su fibromialgia, se produjo un tumulto. El encuentro se separó en dos grupos. Uno de ellos me rodeó, y todos me preguntaron sobre sus estados dolorosos.

    Un señor me dijo que al día siguiente vendría a mi consulta, y que estaba seguro de que en los siguientes meses yo sería conocido por todo el mundo. El otro grupo rodeó al señor catedrático y demostró solidaridad. Una señora mayor que verdaderamente parecía culta se acercó a mí y me insultó e injurió. Lo que me sorprendió fue el hecho de que los dos grupos eran casi iguales en tamaño. En ese momento, me di cuenta por primera vez de que existe una buena parte de afectados por dolor que están tan marcados por la terapia convencional que no pueden creer en la posibilidad de la cura de sus dolores, o que quizás no están realmente interesados en ella por diversas razones, siendo inconscientes de que con un tratamiento para el dolor adecuado podrían despedirse de ellos.

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