• 04 MAR 13

    La vacuna contra el sarampión esta basada en un virus vivo formado y preparado a partir de cepas atenuadas obtenidas en fibroblastos de pollo. Se presenta combinada con los virus de la parotiditis y la rubéola, así como con algunas variantes de la varicela (vacuna triple vírica). En algunos casos los daños que produce el sarampión en niños son irreversibles, esto se produce porque esta enfermedad conduce a una deficiencia inmunitaria transitoria que puede durar hasta seis semanas, y dar lugar a neumonía, otitis, diarrea y enfermedades nerviosas entre otras. Una de las complicaciones más temidas es la encefalitis aguda post-infecciosa.

    El diagnostico está entre el 0,1% de los pacientes. Resulta mortal en el 10-20% de los afectados, y 20-30% sufren daños residuales en el sistema nervioso central. Los síntomas son cefaleas, fiebre y trastornos de la conciencia que incluso pueden llegar al coma. Mientras que en uno de cada 1.000 enfermos de sarampión se produce una encefalitis sarampionosa, cuando se trata de niños vacunados este índice resulta inferior a uno por millón. Incluso después de que un niño no haya tenido ninguna lesión del sarampión, se pueden producir peligrosas secuelas tardías. Una consecuencia tardía del sarampión poco frecuente pero letal es la panencefalitis esclerosante subaguda (PEES), que se ha observado hasta ahora en uno de cada 100.000 casos. Aparece desde algunos meses hasta diez años después de la infección de sarampión y se caracteriza por una inflamación generalizada del cerebro. Especialmente aquellos infantes que enfermaron de sarampión antes de alcanzar el primer año de edad se ven afectados por la PEES.

    Un niño de 10 meses vacunado, 10 años después de la vacuna, comenzó a presentar reiteradamente alteraciones en la memoria y limitaciones motoras. Con 18 años cayó en estado vegetativo, probablemente a causa de una infección grave por estreptococos. Su pediatra, apoya la vacunación obligatoria para todos los niños y se justifica:

    “Los bebés menores de un año se encuentran expuestos a que otro niño los contagie”.

    Solamente si se produce una inmunización completa de los niños que asisten a centros de atención públicos se podría garantizar la protección de los más pequeños contra el sarampión.

    También hay especialistas que utilizan este caso para apoyar la tesis diametralmente contraria y oponerse a las vacunaciones.

     

    Luego hay que añadir a las personas inmuno suprimidas, los raros casos en que no se desarrolla inmunidad después de la vacuna y los bebés menores de 11 meses. De acuerdo con el principio de la inmunidad de grupo, el 95% de la población debería estar vacunado para proteger al 5% restante, que no pudo ser vacunado.

    La Comisión Permanente de Vacunación alemana (STIKO) recomienda una inmunización primaria para bebés de edades comprendidas entre 11 y 14 meses, con el fin de obtener una protección óptima contra el sarampión. A ésta le sigue un refuerzo entre los 15 y los 23 meses.

     

    Hasta finales de diciembre de 2011, el Instituto Robert Koch (RKI) detectó en Alemania 1.607 casos de sarampión, es decir, más del doble que en los años 2010 y 2009 (2010: 780, 2009: 571), incluyendo una muerte a consecuencia de la enfermedad. En la página web del RKI puede leerse que probablemente “el número de casos reales de la enfermedad sea mucho más elevado, pues gran parte de los afectados no reciben tratamiento médico y no todos los médicos reportan sus hallazgos.” Sin embargo, Susanne Glasmacher, portavoz del RKI, no habla todavía de epidemias: “En Alemania, los brotes de sarampión fueron siempre producidos por un patógeno introducido desde el exterior, que luego pudo extenderse en un grupo de personas que no estaban lo suficientemente protegidas.”

    También en Francia se registró en 2011 una ola de sarampión, con alrededor de 15 mil afectados y seis víctimas mortales. El número total de enfermos de sarampión en Europa el año pasado rondó los treinta mil casos. La mayor parte no estaban vacunados o su protección era insuficiente. Estos índices de vacunación insuficientes tuvieron como consecuencia que Europa se convirtiera en exportador del virus a regiones en las que el sarampión se había erradicado desde hacía tiempo, como América del Norte y del Sur. 

     

    Otros factores importantes son la inmigración y la globalización. De esta manera ha podido aparecer una epidemia de Dengue en Madeira (2012), casos de fiebre del Nilo en Alemania y la tuberculosis en España. La decisión de vacunar o no a un niño depende de cada caso concreto y debe ser analizada por un profesional médico, con conocimiento de la materia; y los padres según el caso concreto. Hay que desconfiar de las manifestaciones categóricas y fanáticas de los dos extremos existentes con respecto a esta temática. Quien haya vivido un caso de complicación grave tras una vacuna, no se atreverá nunca más a formular ciertas manifestaciones. Un niño en tratamiento con dermatitis o eczema, una niña en tratamiento por asma o bronquitis con antecedentes alérgicos y una niña que va a mudarse a vivir a África son casos distintos que habrá que valorar.

     

    Los 53 estados miembros de la región europea de la OMS pretenden erradicar el sarampión y la rubéola en Europa para el año 2015. En Alemania, con el comienzo de las campañas de vacunación contra el sarampión los índices de la patología se redujeron continuamente año tras año. Desde la introducción en 2001 de la notificación obligatoria del sarampión, el número de casos observados bajó de 6.037 en 2001 a 123 en 2004, y desde entonces se mantuvo siempre por debajo de 1.000 casos al año (exceptuando 2006, con 2.307 casos). Algunos europeos simplemente se olvidan de vacunarse mientras que otros deciden deliberadamente no vacunarse y el resto se vacunan.

    Es sorprendente que los médicos son uno de los colectivos que menos se vacuna.

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